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Nuestra Señora de La Merced
Virgen de La Merced

 

Domingo XV del tiempo durante el año del ciclo “A”
Separador

Evangelio según San Mateo 13, 1-9.

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”

Las parábolas por las cuales Jesús enseña, son comparaciones, sumamente necesarias y útiles para comprender el misterio del Reino de los Cielos. La parábola del sembrador es la que nos presenta a Dios como Aquel que siembra en los corazones de los hombres la semilla de su Palabra. Así como el libro de los Proverbios hace de la sabiduría una persona, es no obstante el profeta Isaías el que va a personificar la Palabra de Dios mostrando que ella no quedará estéril al bajar a la tierra. Siempre la Palabra de Dios producirá su fruto. No será una vana ciencia del hombre la que permitirá comprender a Dios, sino más bien su misma Palabra la que nos dará la mejor comprensión del mismo. Ahora bien, si por un lado está la semilla, por el otro estará la tierra. Y la tierra en el caso del misterio de Dios y de su Reino será el corazón humano. Un corazón que está herido por el pecado. Dice San pablo que la creación quedó sujeta a la vanidad y a la esclavitud de la corrupción de la que será liberada por Dios. Es por eso que se requiere un principio interior al corazón del hombre, para que éste pueda acceder a la comprensión de las parábolas, para que pueda escucharlas y poner en práctica la Palabra de Dios. Sólo la cuarta parte de la semilla sembrada o mejor de la tierra esparcida por ella, es la que dará el fruto que Dios quiere, según esta misma parábola. Según la interpretación que Jesús mismo da de la parábola del sembrador, la semilla que cae al borde del camino es la de aquellos que al oír la Palabra de Dios no la comprenden; acto seguido se presenta el maligno y arrebata de ellos la Palabra dejándola sin efecto. La que cae en tierra pedregosa es la de aquellos que reciben la Palabra con alegría, pero por su inconstancia no la deja echar raíces, y a la primera dificultad para practicar la Palabra, sucumbe. La semilla que cae entre espinas es la de aquellos hombres que están afanados por las preocupaciones del mundo y por la seducción de las riquezas, que ahogan esa Palabra y no le dejan dar fruto. La tierra fértil es el hombre que escucha y comprende la Palabra de Dios y que al ponerla en práctica produce fruto. Es decir que la gracia de oír, comprender, y practicar la Palabra de Dios, requiere a su vez un corazón abierto y noble, para que al recibirla, produzca su efecto santificador. Hay que tener en cuenta que Jesús predicaba al pueblo Hebreo de su tiempo y es por eso que a veces dice: Al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará aún aquello que cree tener. La Antigua Alianza ha venido a ser perfeccionada por la Nueva Alianza, así que para el antiguo Israelita que comprendía su Ley y tenía el corazón dispuesto a recibir la Nueva Alianza, ahora quedará perfeccionado plenamente por el cumplimiento de ambas; en cambio el que cerrado en la sola comprensión de la Ley del Antiguo Testamento rechazara el Nuevo, pierde ambas realidades. Es que, como muy bien dijera San Agustín, el Nuevo Testamento late debajo del Antiguo y en el Nuevo Testamento el Antiguo se hace patente. La Ley de Moisés está llamada a ser perfeccionada por la Ley del Evangelio, que es la gracia que Jesús trae al mundo. ¡Quien tenga oídos para oír que oiga!.

Pbro. Jose D´Andrea
Capellán Castrense

 

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